lunes, 9 de octubre de 2017

LA PESTE SEPARATISTA

Así como el demonio hace las ollas pero olvida las tapas, así los organizadores de la nauseabunda intentona secesionista en Cataluña deben haber omitido el carácter de la fecha escogida para iniciar la marcha hacia la ruptura: el 1º de octubre, desde los tiempos del papa León XII y por petición del infausto rey don Fernando VII ya libre del cautiverio napoleónico, ha sido el de la conmemoración del Ángel Custodio de España.

Que hay ángeles protectores de las naciones como los hay de los individuos es cosa que está en nuestro acervo religioso, con suficiente fundamento escriturístico en el capítulo X de Daniel, donde se habla de Miguel como del protector de la nación israelita, y donde se hace también alusión al ángel de Persia. A partir de este dato revelado y de las posteriores y fecundas indicaciones paulinas, la angelología tributaria del Areopagita situará en el séptimo coro angélico a los principados como guardianes de las naciones. Que esta lección haya sido olvidada, soterrada bajo múltiples estratos de indiferencia, ignorancia, memez y vacuidad, es consecuencia más que apropiada a tiempos como los que corren, de consumada idolatría de las pasiones y de un desborde de la superbia vitae tal de ignorar el gobierno providencial del universo, del que los ángeles resultan agentes los más eficaces. No menos providencial (hacemos votos) puede resultar la amnesia que a este respecto han demostrado los demoledores de la unidad de España, con el ángel concitado a lidiar, envuelto en piel de toro, contra el antiguo enemigo y sus actuales personeros. Y aunque nos parezca bien poca cosa apelar a la constitución y a la democracia para oponerse adecuadamente a la Revolución, y aunque disuene no poco la presencia de un Vargas Llosa como orador de la salutífera reacción, la convocatoria a «recobrar la sensatez» resulta poco menos que balsámica en estos días que son los de la cosecha de los frutos del solipsismo cultivado a lo largo de toda una era histórica, días del nec plus ultra de la atomización de las sociedades, en los que la autoafirmación confluye con la autodestrucción en paradoja más aparente que real.

Los "rostros" del independentismo.
Todos degenerados y, para colmo, anglófonos
Se presagia un "efecto contagio" en muchas otras regiones del globo afectadas de parecido morbo secesionista, justo al tiempo que los misiles intercontinentales se han vuelto objeto de exhibición. Las «guerras y rumores de guerra» en todas las esferas, desde la doméstica hasta la supranacional, se han vuelto el sino invariable de la demencia antropolátrica. Más acá de toda facilista remisión del caso a la naturaleza humana, queda clarísimo, a quien escrute la historia con un mínimo de acuidad, que las guerras se han multiplicado extraordinariamente desde que las élites en el poder decidieron lo mismo que los judíos hace dos mil años: «no queremos que Éste reine sobre nosotros». No es utópico afirmarlo, porque tendrá lugar con la Parusía: de este horror se sale instaurando todo en Cristo.