lunes, 6 de febrero de 2017

FRANCISCO CONTRAATACA

Los cartelones pegados en las calles de la Ciudad Eterna fastidiaron al Misericordioso, que sólo en la última semana había ofrecido nuevas tangibles evidencias de su habitual talante al ordenar la confiscación de bienes de los Franciscanos de la Inmaculada por un valor de 30 millones de euros, más la imposición de silencio absoluto al nonagenario fundador de la Congregación, impedido de hablar hasta con su propia sombra -sin contar la remoción informal de un obispo filipino (vino a enterarse de la medida a través de los medios de prensa: ni siquiera una sencilla notificación le fue expedida desde la Santa Sede) por el delito de haber recibido en su diócesis a varios frailes y seminaristas de la triturada orden que andaban errantes como Ulises entre las olas. Se dice que detrás del vandálico golpe de mano contra la Soberana Orden de Malta hay también un jugoso botín patrimonial, al estilo del que rastreaban en los conventos y demás inmuebles eclesiásticos los príncipes alemanes encolumnados tras Lutero, o el propio Enrique VIII: se sabe que también por esta vía el protestantismo propició una colosal transferencia de divisas que prohijó, entre otros hitos, el de la fundación del Banco de Londres. Bien se echa de ver que la reivindicación del heresiarca de Wittemberg supone también una imitación de estas sus acaparadoras faenas.

Aunque los medios masivos se lanzaran en bloque a defender la mancillada figura de Francisco sin preguntarse ni un instante acerca de la plausibilidad de los cuestionamientos, sin reparar en que la despiadada misericordia del pontífice se había cobrado efectivamente aquellas víctimas consignadas en el pasquín, las dudas sobre su conclamada benignidad se extienden hoy incluso a muchos que, por razones de oficio, evitaban pronunciarse sobre el particular. Es el caso de un vaticanista de la televisión italiana, Aldo Maria Valli, autor de un reciente libro (266. Jorge Mario Bergoglio Franciscus P.P., Liberilibri, Macerata, 2016), quien debió notar a su despecho las actitudes de Francisco en los numerosos viajes en los que lo acompañó. «Justamente por ser aplacado, moderado, no partidario -señala un crítico- el texto de Aldo Maria Valli es impresionante. Un impresionante relato clínico de las desviaciones y maldades, deformaciones, astucias, oportunismos de Bergoglio que él vio de cerca en cada viaje y en cada exteriorización. Sin emoción  ni polémica nos muestra el descuido, la ignorancia, la vacuidad de sus palabras-slogan hechas para ser aplaudido por los media». Y nos refiere, tal como bien nos lo sospechábamos, que «la misericordia de Francisco es selectiva, para las cámaras. Así, cuando fue con séquito de tevé a la isla de Lesbos para mostrar su idea de "acogida sin límites" y como reproche viviente a nuestro egoísmo, se llevó al avión tres familias de prófugos. Todas musulmanas. "El papa justificó que fueron elegidas no por la pertenencia religiosa sino porque tenían los papeles en regla". En realidad, revela Valli, en Lesbos había por lo menos "una familia cristiana con los papeles en regla". Es más, Roula y Abo, cónyuges sirios de fe cristiana, fueron ilusos: unos días antes de la visita del papa a Lesbos les fue dicho que Francisco los habría llevado consigo a Italia. Luego, de improviso, el rechazo: en su lugar fue elegida otra familia, musulmana [...] Esta gélida malicia muestra que Bergoglio no fue a Lesbos como buen samaritano sino como ideólogo despiadado. Por lo demás, a las tres familias islámicas que se llevó a Roma las encajó inmediatamente en la San Egidio. Como ciertas damas riquísimas que adoptan indiecitos y los hacen crecer entre cocineras y jardineros».

Lo que es volviendo al episodio de la propaganda callejera, parece que, ofuscado como el toro alcanzado por las banderillas, Francisco ordenó el pronto desagravio. Y mandó a sus esbirros, munidos de engrudo, a revestir cada uno de los afiches con el que sus oponentes empapelaron Roma con una réplica impresa para la ocasión. Se trata también en este caso de una foto en gran tamaño, con un texto al pie dirigido a los "conservadores" -mote reservado por los medios para los presuntos sospechosos de la grave ofensa al pontífice.




¡Eh, vosotros, cuenta-rosarios, fomentadores de la coprofagia,

momias de museo, triunfalistas y pelagianos,

cortesanos leprosos, rostros de funeral, cristianos tristes, 

especialistas del Logos, pequeños monstruos, ideólogos de lo abstracto,

adoradores del dios Narciso, cristianos de pastelería, 

turistas existenciales...!


¿queréis hacer las cuentas con el papa? ¡Eh! ¿No sabéis

que yo soy el papa y hago lo que quiero?

Que no os asuste esta antítesis absolutista de la noción de colegialidad, perla del Concilio.

¿No se ha dicho tantas veces que es la Iglesia 

una Iglesia de santos y pecadores? Todo cabe en ella,

y los opuestos se conciertan en su maravilloso poliedro.

Sabedlo, aparte: L'Église, c'est moi.

Los únicos excluidos en esta inclusión supercatólica

son los católicos del «se ha hecho siempre así»,

los maniáticos de certezas.

¡Ea, entonces, fuera, a las tinieblas de vuestra luz supraterrena!

Sabed, en tanto, que vuestras difamaciones 

no me quitan el sueño. Se nota que me tenéis envidia.