Advertidos de la peculiar noción de «ortodoxia» que tienen los ortodoxos, que harían de cualquier papa posterior al cisma de Focio un hereje (y quién sabe aun si de los muchos anteriores que afirmaron el primado del romano pontífice, como los papas san Julio I y san Siricio en el siglo IV, o de san Dámaso, que sostuvo sin ambages que el Espíritu Santo procede de las dos primeras Personas divinas), vale la pena reparar en uno de los carteles que exhibían en la ocasión los manifestantes, y que decía: «Papa archiherético, no eres bienvenido en Georgia», siendo este prefijo «archi» sumamente significativo. Porque, repetimos, si el complejo anti-romano hacía previsible que los denuedos ecuménicos postconciliares de los últimos papas fueran correspondidos con anatemas, acá lo que se dice es algo más, a saber: que a Bergoglio le han reconocido -pese a importárseles un ardite de Roma y sus oráculos- un inaudito abigarramiento y saturación de dicciones ofensivas para la fe.
Deben haber sido las estrategias de marketing pontificio las que disuadieron recientemente a Francisco de emprender visita a su patria, al menos para el adveniente 2017. Acá la pompa chauvinista que se infló tras su elección, con los fuelles de los medios insuflando sin descanso, perdió la turgencia inicial para que cundiera bien pronto el descrédito, el hastío hacia su figura -demasiado comprometida ésta con el hampa política que fue el azote de la última década para toda una nación. Podría anticiparse una vasta rechifla para el «papa peronista», para «Pancho el simulador», para el «encubridor serial de delincuentes» no bien descendiera del avión, y con razón inobjetable. Lástima que la escasa percepción religiosa de nuestro postrado pueblo no le respondería con los argumentos blandidos en Georgia. Ni con aquel que los ingleses escucharon de boca de los enardecidos vecinos porteños en las invasiones de 1806-07 en medio de la detonación de los fusiles y el relumbrón de las bayonetas: ¡fuera, herejes!